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Noche de San Juan: los elementos naturales y su simbología amorosa en esta tradición

Toro conserva las tradicionales enramadas y las hogueras, vestigios de las costumbres antiguas relacionadas con el amor y el rito mágico en la noche en la que se celebra el solsticio de verano

La noche de San Juan siempre ha estado unida al fuego, al agua y a las flores, plantas y frutos. Ya en la época medieval se tiene la costumbre de enramar las puertas y ventanas de las mujeres, y se espera que éstas acepten la proposición amorosa que este símbolo conlleva.

Existen numerosos textos en la literatura de esta época, especialmente en la de tipo popular, que dan testimonio de la mezcla que se da entre amor y naturaleza, elementos que se entrelazan y confunden. En algunos poemas se observa la esperanza de un amor:

Si queréis que os enrame la puerta,

vida mía de mi corazón,

si queréis que os enrame la puerta,

vuestros amores míos son.

(Laberinto amoroso)

 

Mientras que en otros se muestra la desilusión y la falta de ánimo por todo lo contrario, por la pérdida de un amor:

Que no cogeré yo verbena

la mañana de San Juan,

pues mis amores se van.

(Romancerillos de Pisa)

¿Cuál es la niña

que coge las flores

si no tiene amores?

(Gil Vicente)

 

Hay poemas en los que las propias mujeres avisan sobre los efectos que pueden tener sobre ellas las flores y las plantas, puesto que van asociadas al nacimiento del sentimiento amoroso:

Ya florecen los árboles, Juan:

¡mala seré de guardar!

Ya florecen los almendros

y los amores con ellos,

Juan,

mala seré de guardar.

Ya florecen los árboles, Juan:

¡mala seré de guardar!

(Juan Vásquez, Recopilación)

 

En otras ocasiones, los poemas hacen referencia al agua, bien en alusión a los ríos o bien a las fuentes, que también está asociada al amor y al encuentro, fortuito o acordado, entre los amantes:

En la fuente del rosel

lavan la niña y el doncel.

En la fuente de agua clara

con su manos lavan la cara.

Él a ella y ella a él,

lavan la niña y el doncel.

En la fuente del rosel

lavan la niña y el doncel.

(Juan Vásquez, Recopilación)

Enviárame mi madre

por agua a la fonte fría:

vengo del amor ferida.

(Cancioneiro de Évora)

 

Y, por supuesto, no faltan los poemas que hacen una referencia directa a la mañana o a la noche de San Juan:

Caballero, queráisme dejar,

que me dirán mal.

¡Oh, qué mañanica, mañana,

la mañana de San Juan,

cuando la niña y el caballero

ambos se iban a bañar!

Que me dirán mal.

Caballero, queráisme dejar,

que me dirán mal.

(Juan Vásquez , Recopilación)

(queráisme dejar, que me dirán mal: ‘dejadme, que me reñirán’)

La noche de San Juan, mozas,

vámonos a coger rosas;

mas la noche de San Pedro

vamos a coger eneldo.

(Pastora de Manzanares)

A coger el trébol, damas,

la mañana de San Juan,

a coger el trébol, damas,

que después no habrá lugar.

(Romancero general)

Balcón adornado en una casa de Toro. Foto cedida por Nati de la Torre

Por supuesto, todos estos dobles sentidos, mostrados generalmente de manera velada, que hacen referencia a las flores y al agua componían un vocabulario establecido y conocido por todos, que se utilizaba como una forma literaria, eufemística y decorosa para hablar abiertamente sobre el sentimiento amoroso, también sobre la unión íntima y la entrega amorosa, que no siempre se empleaba para tratar los asuntos de un sentimiento que nacía entre dos personas libres, sino que también se utilizaba, por ejemplo, para tratar de forma «escondida» (aunque no siempre, pues a veces se encuentran poemas muy explícitos) los amores entre amantes, especialmente si la mujer estaba casada, si alguno de ellos pertenecía al estamento religioso, o si dos amantes querían quedar para verse en secreto. De hecho, y aunque pueda parecer que muchas de estas manifestaciones son poemas sencillos que muestran una gran inocencia, su lectura cuando se conoce el significado de la simbología utilizada en su lenguaje revela que no es así; es más, no sólo no son inocentes, sino que muestran una gran picardía:

Si te vas a bañar, Juanilla,

dime a cuáles baños vas.

(Cancionero de Upsala)

No me habléis, conde,

de amor en la calle,

catá que os dirán male,

conde, la mi madre.

Mañana iré, conde,

a lavar al río,

allí me tenéis, conde,

a vuestro servicio.

Catá que os dirán male,

conde, la mi madre.

No me habléis, conde,

de amor en la calle,

catá que os dirán male,

conde, la mi madre.

(Fuenllana)

(catá que os dirán male: ‘mirad que os reñirá’)

— Gentil caballero,

dédesme hora un beso,

siquiera por el daño

que me habéis hecho.

Venía el caballero,

venía de Sevilla,

en huerta de monjas

limones cogía,

y la prioresa

prenda le pedía:

— Siquiera por el daño

que me habéis hecho.

(Mudarra)

 

Y no falta la muestra de cierto humor en estas composiciones, que a menudo revelan la complicidad, a través de este lenguaje simbólico, entre madre e hija, principalmente:

— Decid, hija garrida,

¿quién os manchó la camisa?

— Madre, las moras del zarzal.

— Mentir, hija, mas no tanto,

que no pica la zarza tan alto.

(Núñez, Refranes)

 

Con el paso del tiempo, lejos de perderse esta costumbre, se mantuvo, principalmente en algunos pueblos, de modo que ha llegado a convertirse en ellos en una tradición, aunque haya sufrido diversas modificaciones. Bien es verdad que en la mayoría de ciudades no se ha perdido la tradición de celebrar la noche de San Juan, pero lo cierto es que tan sólo se mantiene la costumbre de prender, y saltar, las hogueras, como una forma de continuar con el rito mágico, de origen pagano, aunque trasladado con el tiempo al cristianismo, que pretende deshacerse de lo malo y atraer tan sólo lo bueno, así como significar el triunfo de la luz, del Sol, sobre la oscuridad. No obstante, es en los pueblos donde se conserva el sabor tradicional de las costumbres de antaño, entre las que se incluyen las enramadas y las canciones de ronda, aunque también se reúnen los vecinos junto al fuego de las hogueras.

Éste es el caso de Toro. Hace tiempo que las enramadas no conllevan el significado de las épocas anteriores, sino sólo su significante, es decir, se mantiene la decoración, pero no sigue viva la intención de cortejar con ella a una mujer. No obstante, en el siglo pasado aún se podía apreciar este propósito en algunas enramadas, pues los jóvenes las ponían en las ventanas, o en las puertas, de sus novias. Incluso a veces se escondía un regalo en ellas, más o menos lujoso, según las posibilidades económicas del joven. En algunas ocasiones, si la chica no era del agrado de los chicos, éstos le ponían una enramada de mal gusto, elaborada con cardos y con algún animalillo muerto como regalo. Por supuesto, la muchacha era libre de responder a la propuesta. Si el chico no le gustaba, ella tiraba la enramada al suelo.

Durante la noche de San Juan, los jóvenes rondaban por el lugar y paraban en cada enramada a cantar. Ellas les escuchaban desde dentro de la casa, ya que estaba mal visto que se asomaran a verlos. Cuando se trataba de novios, las chicas les ofrecían una cinta, o bien algo para beber.

Al día siguiente, se hacía la Romería de San Juan. La gente se acercaba hasta el río Duero en sus carros y comía allí. La explicación de por qué ya no se hace esta romería se encuentra en un trágico accidente que sucedió hace 74 años. Uno de los carros fue arrollado por el tren cuando cruzaba las vías. Los ocupantes murieron. Este desgraciado suceso dejó una gran huella en los toresanos, y desde entonces se fue perdiendo la costumbre de bajar al río.

Hoy día se mantienen las hogueras, que se encienden en la Plaza Mayor del barrio de Tagarabuena y en la Plaza Mayor de Toro, y que hacen volar la magia en el aire de esta noche tan especial, así como las enramadas, que adornan tanto el balcón del Ayuntamiento como los balcones de muchas casas de la localidad, acompañadas por la música de la Agrupación de Pulso y Púa Amigos del Arte, la Rondalla de Toro, que cada noche de San Juan, aunque sin la intención amorosa de antaño, sigue rondando por las calles toresanas.

Fotos Ana Pedrero y Marisol Cámara, y cedidas por Antonio Berián y Nati de la Torre

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