Normalidad nazarena
Cofradías, cofrades y toresanos tienen la esperanza de que este año regrese la normalidad a las procesiones y actos de la Semana Santa
Mucho tiempo ha pasado desde que la última madrugada nazarena discurrió con esa «normalidad» que todos ansiamos recuperar.
El año 2019 ninguno imaginábamos que íbamos a estar en esta situación y que un virus, tan contagioso como mortífero, haría temblar nuestra sociedad y nuestra vida.
Así, aquel Viernes Santo, cuando las imágenes recorrieron nuestras calles, ninguno de nosotros sospechábamos que pasarían varios años sin volverlas a ver por nuestra ciudad.
Recuerdo aún aquel 15 de marzo de 2020, cuando nos confinaron y encerraron en casa, aún algunos en esa fecha -ilusos de nosotros- confiábamos en que en un mes nuestra procesión estaría en la calle. Pero la realidad fue otra, esa Semana Santa fue quizá la más dura que recordaremos, fue la Semana Santa de las ausencias… de la falta de abrazos… de la falta de nuestras charlas, de la falta y de la ausencia de nuestros encuentros cofrades, de la falta, sobre todo, de la madrugada nazarena deambulando por las calles de nuestra ciudad.
Las ventanas, balcones y casas, en lugar de niños desperezándose, viendo pasar la procesión… se llenaron de dibujos, de marchas de Semana Santa, de fotos de las imágenes por las redes sociales, de vídeos de otros años, de turutas en los balcones… Sobre todo esa noche, el sonido desgarrador de las trompetas en la madrugada, tocadas desde los balcones… a más de uno nos hizo estremecer como nunca… -y mira que es difícil…
Ni siquiera nuestra Virgen se despojó de su luto, tampoco su corona de amores de la ciudad le fue puesta, no se podía salir… no se podía… hacer nada… Los fallecidos se contaban por miles cada día, y, del mismo modo que se incrementaba el número de muertos, brotaban estrellas en su manto de noche y de eterno luto…
El Jesús del Perdón no se bajó de su altar a manos de los abades, ni el Ecce Homo cruzó la puerta de la Clausura, los santos no fueron vestidos, y el Cirineo no salió al cabildo, ni los conqueros golpearon los baldosines de la plaza… La estrella de la mañana se encendió… mientras mirábamos a la Soledad… por las redes sociales… (qué cosa más rara… mirar a la Madre de la Soledad un Viernes Santo por el ordenador o el móvil). No sé ya si era cosa mía… yo veía a la Virgen y estaba más triste que nunca… Pero aun así, en ese rostro de nardo se apreciaba la huella de la dulzura y de la esperanza.
Ese año aprendimos de la necesidad que tenemos de vernos, de abrazarnos, y que la cofradía somos todos, son nuestros abrazos, nuestras emociones y los sentimientos que compartimos en torno a una religión, una tradición y una cultura de nuestra ciudad, la cual y pese a todo, siguió viva, más viva y real que nunca… porque eso fue motivo de unión, de fuerza, de respeto y, sobre todo, de fe. Los toresanos sabemos mucho de esto, por desgracia, todos tenemos en mente un incendio aquel ya lejano 13 de abril de 1957.
Con las miras y la esperanza puestas en los ojos de la Virgen, tenemos que ser valientes, ahora más que nunca, y esperar a que este 15 de abril, Viernes Santo (por cierto, aniversario de su coronación), la volvamos a levantar altiva sobre el dintel de Santa Catalina, elegante, sencilla y sobria como es Ella, con el primer rayo de sol -como manda la tradición- y entonces sí… las lágrimas brotarán entre las túnicas y las mantillas, bajo los caperuces, porque de nuevo se encenderá la Estrella de la Mañana, y la procesión de Jesús Nazareno, la de la madrugada, estará en la calle de nuevo, abarrotando la Ciudad de las Leyes, estremeciendo con su deambular por las viejas rúas… la Cena, con su Cáliz alzado al cielo de la ciudad; el Huerto y sus ramas de olivo meciéndose airosas; los flagelos del Señor, con sus espinos adornando el paso; la columna y la mirada dulce del Cristo atado y el recuerdo de las madres Claras; el Perdón y su dogal mecido, acompasado por la juventud; la modernidad del Camino del Calvario y su sobria estampa; y ahí el incienso «catedral» inundando el ambiente… precediendo al Jesús Nazareno, seguido de un Cirineo triste pero impresionante; la cara triste y enamorada de la Verónica; el Barrona mirando al Jesús de la Desnudez, con su túnica del revés; la alfombra de rojo clavel de nuestro Cristo, y cerrando, cómo no, la comitiva funesta, la luz que viene a lo lejos, la Madre de la dulzura infinita, la del cansancio eterno, la Madre que nunca se agota, la Virgen de la caricia, que sigue en pie pese a todo lo que lleva encima… la Estrella de la Mañana nazarena.
Fotos Marisol Cámara y J. M. de la Fuente