¡Que las Musas nos inspiren!
Las nueve hijas de Zeus y Mnemósine son un motivo recurrente en el arte
Las célebres Musas griegas, ésas que inspiran a poetas y artistas de todo género y condición, y a las que éstos invocan, como si de un hechizo o mágico ritual se tratase, antes de comenzar cualquiera de sus obras, son divinidades femeninas de la mitología griega.
Se trata de nueve hermanas, hijas de Mnemósine, una de las Titánides, y de Zeus, dios principal del Panteón helénico, fruto de nueve noches seguidas de amor. Reseña Hesíodo en su «Teogonía» (53-63) que «las alumbró en Pieria, amancebada con el padre Crónida, Mnemósine, señora de las colinas de Eleuter, como olvido de males y remedio de preocupaciones. Nueve noches se unió con ella el prudente Zeus subiendo a su lecho sagrado, lejos de los Inmortales. Y cuando ya era el momento y dieron la vuelta las estaciones, con el paso de los meses, y se cumplieron muchos días, nueve jóvenes de iguales pensamientos, interesadas sólo por el canto y con un corazón exento de dolores en su pecho, dio a luz aquélla, cerca de la más alta cumbre del nevado Olimpo», lugar en el que «forman alegres coros y habitan suntuosos palacios» (63) y donde viven «junto a ellas […], entre fiestas, las Gracias e Hímero» (64).
Las Musas son las encargadas de cantar en las fiestas de los dioses, aunque no es ése su único cometido, pues también acompañan a los reyes, a quienes dictan las palabras adecuadas en cada momento tanto para llevar a cabo un buen gobierno como para ganarse el amor de sus súbditos. Se considera que su canto más antiguo «es el que entonaron después de la victoria de los Olímpicos sobre los Titanes, para celebrar el nacimiento de un nuevo orden», según señala Pierre Grimal en su «Diccionario de Mitología griega y romana». Por su parte, Hesíodo explica en su «Teogonía» (37-43) que las Musas «a Zeus padre con himnos alegran su inmenso corazón dentro del Olimpo, narrando al unísono el presente, el pasado y el futuro. Infatigable brota de sus bocas la grata voz. Se torna resplandeciente la mansión del muy resonante Zeus padre al propagarse el delicado canto de las diosas y retumba la nevada cumbre del Olimpo y los palacios de los Inmortales.»
Las Musas forman parte del séquito de Apolo, quien dirige sus cantos y bailes alrededor de Hipocrene, la «Fuente del Caballo», manantial de agua que brotó de un golpe de los cascos de Pegaso contra una roca en las proximidades del bosque sagrado de las Musas en el Helicón.
Aunque en un principio su número era indeterminado, ya en la época clásica se establece la cifra de nueve Musas, y sus nombres, que fueron otorgados a estas divinidades por Hesíodo, son Calíope, la más importante, Clío, Polimnia, Euterpe, Terpsícore, Erato, Melpómene, Talía y Urania. Además, con el paso del tiempo, a cada una de ellas se le fue asignando una función concreta. De este modo, Calíope, ‘la de bella voz’, es la musa de la poesía épica y de la elocuencia, y se la representa con una corona de oro, un estilo y unas tablillas para escribir. Por su parte, Clío, ‘la que da fama’, es la de la Historia, representada con un rollo de pergamino, mientras que Polimnia, ‘la de muchos himnos’, está dedicada a los himnos sagrados y a la pantomima, y se la muestra en actitud pensativa, de meditación, incluso con un dedo sobre los labios como símbolo del silencio. La siguiente musa, Euterpe, ‘la encantadora’, representada con una flauta doble, es la de la música, y Terpsícore, ‘la que ama el baile’, se encarga de la danza y de la poesía ligera, y se muestra con una lira. La musa Erato, ‘la amorosa’, es la de la poesía lírica, especialmente la amorosa, y se representa coronada con mirto y rosas, con una pequeña lira o una cítara y, en ocasiones, acompañada del dios Eros de niño. A Melpómene, ‘la que canta’, mostrada con una de las máscaras del teatro, se la asocia a la tragedia, mientras que a Talía, ‘la festiva’, representada con la otra máscara teatral, se la asocia a la comedia, y la musa Urania, ‘la celestial’, es la de la astronomía y las ciencias exactas, a la que se representa con una esfera celeste, una diadema de estrellas y un compás.
La importancia de las Musas es tal, que es abundante su presencia y representación en las diversas disciplinas artísticas, de forma que estas nueve divinidades aparecen en multitud de obras de arte a lo largo de la historia. Así, por ejemplo, se encuentran numerosas referencias en pintura…
O, por citar otro ejemplo, en literatura, como sucede con este poema de Alfonsina Storni, «A Amado Nervo», dedicado a este poeta unos días después de su muerte:
Dadle, musas, en copas de licores selectos
el licor del olvido; arropadlo con sedas;
cantadle dulcemente como cuando era niño,
y besadle los ojos… era un pobre poeta…
Oh musas, bien os consta, ya que lo habéis robado,
cómo tenía el alma de inefable y de tierna.
¿Hay palomas azules en vuestros mundos, musas?
Acurrucadas, tibias, a sus plantas ponedlas.
Y hablad con el aliento, musas, que está cansado.
Después de un viaje largo todo ruido molesta.
Incluso, esta relevancia de las Musas se observa en el hecho de que muchos son los autores que han tratado sobre ellas. De entre éstos, uno de los autores más destacados es San Agustín, teólogo cristiano y uno de los Padres y Doctores de la Iglesia, quien escribe sobre el origen de la leyenda de las nueve Musas en su obra «De doctrina christiana», en la que dedica a esta cuestión el capítulo 17 de su Libro II. Afirma en este texto que es un error creer que las Musas son hijas de Zeus y Mnemósine (Júpiter y Memoria), puesto que su origen está en el arte humano, y para confirmarlo relata la historia que narra Varrón: «Dice él que una ciudad, no sé cuál, pues no recuerdo el nombre, mandó a tres artífices que hiciese cada uno tres estatuas de las musas para colocarlas como ofrenda en el templo de Apolo, con la condición de que el artífice que las hubiera hecho más hermosas sería el preferido y a él habrían de comprárselas. Así el asunto, sucedió que los artífices presentaron sus trabajos con igual belleza, y agradando a la ciudad todas las nueve, todas las compró para colocarlas en el templo de Apolo, a las cuales dice que más tarde el poeta Hesíodo las impuso nombres. Luego no fue Júpiter el padre de las nueve musas, sino tres artífices que esculpieron cada uno tres». Es más, para finalizar su capítulo explica también el motivo de que se fijara el número de la petición de tres musas a tres artistas: «Pero aquella ciudad no contrató precisamente a tres, porque hubiera visto alguno en sueños a tres musas, o éstas se hubieran presentado ante los ojos en tal número; sino porque es fácil de notar que todo sonido que es base de la música, es por naturaleza de tres modos. Porque o se produce con la voz, como sucede a los que cantan sin instrumento alguno, o con el soplo, como en las trompetas y flautas; o con la pulsación, como en los timbales y las cítaras; o en cualquiera otra clase de instrumentos que pulsados son sonoros».
Y pues que las Musas ejercen este misterioso y mágico efecto sobre aquel a quien deciden susurrar sus melodiosos cantos, ya que, como exclama Hesíodo, «¡Dichoso aquel de quien se prendan las Musas!» («Teogonía», 97), invócalas para que te inspiren, pero intenta, como dijo Pablo Picasso, «que las Musas te encuentren trabajando».