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Luis Felipe Delgado de Castro abre la Semana Santa de Toro con un emotivo pregón lleno de recuerdos personales

En su relato recreó la historia de su vida y su relación con Toro a través de personas, lugares, momentos y sentimientos, especialmente los que están unidos a la Pasión

«Estás aquí, Señor, aquí a mi lado,

muerto en la cruz y vivo en el sagrario,

llenando con tu Luz este escenario

que el amor a tu Madre ha levantado,

hecho de piedra y siglos, un rosario

rezado por tu pueblo, emocionado.»

 

Con estos preciosos y sentidos versos, a los pies de la Cruz y mirando al Cristo de la Luz, que preside el altar mayor de la Colegiata de Santa María la Mayor de Toro, daba comienzo a su pregón el periodista zamorano Luis Felipe Delgado de Castro, gran conocedor y difusor de la Semana Santa, con el que abría oficialmente la Semana de Pasión de la ciudad toresana.

 

«Y con esa tu luz vengo hoy a Toro

para hablar de tu muerte y de mi vida,

para rememorar la edad de oro

de aquella dulce infancia bendecida

que al poco se me fue, casi enseguida,

y aún vive en mi memoria y tanto añoro.

 

Con lugares y nombres muy queridos

que hicieron memorable esta Pasión,

he querido trazar este pregón

que ahora pongo a tus pies escarnecidos.»

 

Delgado de Castro ofreció un pregón pleno de recuerdos personales, en el que evocó vivencias de infancia, de adolescencia y de hombre adulto que rememora y añora los pasos andados por la localidad en la que vivió y en la que se siente «en casa», pues «de mi corazón al de Toro hay sólo un paso«.

Alabó en su alocución las bondades y la historia de la localidad, en la que «ves, por donde quiera que vayas, los vestigios de su antigua grandeza que aún mantiene en pie«, y pidió permiso al númeroso público presente en la Colegiata para «pasear con vosotros un momento por vuestra vida con el calendario en la mano», de modo que realizó un profuso repaso por las diversas fiestas que jalonan el año en la ciudad, desde «los primeros tiempos del año», que llegan «con la sencillez de la costumbre», con fiestas como las de San Antón, las Candelas y las Águedas en enero, pasando por fiestas como los carnavales, en los que «se unen imaginación, ironía, fascinación, belleza y el ingenio», la Cuaresma, «con sus ritos penitenciales, triduos y novenarios, viacrucis y besapiés, y sus ritos gastronómicos, las sopas de ajo, el bacalao, el bizcochón o la molleta, que culminan en la Semana Santa», cuando «sólo ya con contemplar ese maravilloso calvario de marfil y carey, que llegase de Nápoles, podríamos meditar y vivir esos días santos», puesto que se trata de «una Pasión explicada con filigrana y pureza», el Cristo de las Batallas, que «nos espera en su fiesta romera», las fiestas de San Agustín, cuando «es imprescindible asistir al maravilloso espectáculo del desfile de carrozas», la Virgen del Canto, día en el que los toresanos «llenarán de flores el regazo de la Patrona mientras brillan a la luz del día los trajes de labradora y viuda rica», hasta llegar a la fiesta de la Vendimia, «en el otoño de los días prendidos con alfileres de lluvia», cuyo desfile de carros recorrerá las calles «en un hermoso himno de amor y de gratitud a la tierra y a sus frutos».

Recordó, además, desgranando las festividades que se celebran en la localidad cermeña, que «hasta una vez me hicisteis el honor de ser pregonero de San Agustín en la Plaza Mayor», en 1991, y resaltó que en aquel momento realizó «la definición más exacta que hice de Toro», que «sigue teniendo la misma vigencia hoy, más de treinta y dos años después», y que fue «Toro es la ciudad que paga la paz definitiva y hermosa de sus piedras con el tributo demasiado alto de su soledad y desamparo».

Pero reconoció que «ha sido, sin duda, en Semana Santa cuando más me he reconocido con la ciudad, con vuestro patrimonio, con vuestra fe«. A punto de cumplir once años fue «cuando vine a vivir a Toro, cuando conocí Toro, cuando amé a Toro por primera vez», ya que fue entonces cuando entró en el Seminario Menor, «mi casa durante tres años». Y señaló que «así, siendo aún niño, vestido de sotana, roquete y bonete, conocí vuestras procesiones» y «acudía el Martes Santo a la Trinidad, al Vía Crucis del Cristo del Amparo», así como a otros actos propios de la Pasión local, momento en el que recordó a diveros sacerdotes «entrañables» que ha conocido desde aquellos tiempos, como Juan Encabo, el que fuera su profesor en el seminario, y añadió que con su pregón estaba «honrando su memoria y la de otros buenos toresanos que, entonces y después, se cruzaron en mi vida y se quedaron para siempre en un rincón de mi memoria». Y no olvidó hacer mención detallada de personas y personajes importantes de Toro, músicos destacados y escultores que han dado vida a las bellas imágenes que procesionan por las calles de la ciudad durante su Semana Santa.

No faltaron en su relato algunas anécdotas interesantes que conformaron la historia local, como la de una talla de Cristo Yacente de las Mercedarias, conocido como «El Muertico«, cuando «durante las incertidumbres de la Guerra Civil, la Madre Superiora rogó a doña Dolores López, una viuda que vivía pared con pared con el convento, que escondiese en su pajar aledaño las imágenes del Muertico y del Cristo del Perdón con la cruz. Y allí estuvieron, cubiertas de heno, hasta que pasó aquel triste tiempo «.

También tuvo un recuerdo para el fatídico incendio que el 13 de abril de 1957 «destruyó la riqueza imaginera de la cofradía de Jesús y Ánimas de la Campanilla», aunque también precisó que antes que éste «hubo otros tres que minaron la fortaleza artística de la iglesia toresana y en particular de su Semana Santa, aunque de menor magnitud, 1778, 1810 y 1951». Destacó que tras el de 1957, «aquel Viernes Santo, a los pocos días de la desgracia, en medio de la desolación, varios miles de toresanos, en procesión, a esa hora del amanecer, iban tras una cruz enorme, de poste de la luz o similar, y con el Ecce Homo que por estar aún en su casa de las Claras, se había salvado del desastre. Las oraciones sustituyeron a los lamentos y las lágrimas«, lo que supone, en su opinión, «el ejemplo más maravilloso de lo arraigados que están en el corazón de la ciudad estos misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor».

Parte de su texto, convertido también en oración, estuvo dedicado por Delgado de Castro a «los cinco crucificados de vuestra mayor y más sentida devoción» a través del rezo de las Cinco Llagas. A la llaga del pie izquierdo del Cristo al Expirar, que «va besando, al mirarlos, los primeros cielos de la mañana el Viernes Santo» y «parece decirle con la mirada al Padre que ya todo se ha cumplido». A la llaga del pie derecho del Cristo de la Expiración, que «tiene la mirada como el de la mañana, vuelta al cielo. ¡Morir mirando al cielo! Con los ojos bien abiertos, que ya se los cerrará el amor de una Madre en cuanto lo bajen de la cruz. En sus ojos se juntan dos últimos instantes, el de su vida y el del día». A la llaga de la mano izquierda del Cristo de la Vera Cruz, cuya Cofradía cumple ahora quinientos años, «cinco siglos sosteniendo en pie y bien alta la cruz de la devoción y volcada luego, a partir de 1590, en este Crucificado de Pedro Ducete que preside el retablo central de su templo y que este año, como testimonio de esa devoción antiquísima, anuncia esta Semana Santa en espectacular fotografía de Daniel Cámara». A la llaga de la mano derecha del Cristo del Amparo, «un Cristo muerto, sin huella de sufrimiento alguno, inclinada dulcemente su cabeza sobre el pecho […] clavado en el calvario de la noche». A la llaga del costado del Cristo de la Luz, al que «una nueva Hermandad, de las Siete Palabras, lo llevará a meditar su testamento», que muestra «una muerte rodeada de luz, en paz», pues «aun muerto, sigue siendo la luz del mundo».

Luis Felipe Delgado de Castro durante su pregón de la Semana Santa de Toro 2024. Foto Marisol Cámara

Confesó también que «hay tres miradas de Cristo que, al pasar cerca de mí en la procesión o tenerlo tan cerca en sus capillas, se me grabaron en el alma y llevo impresas en la parte del corazón que me ata a Toro». La primera es la del Ecce Homo de las Claras, «que siempre me conmueve cuando me cruzo con ella», dado que «parece que te mira pidiéndote amparo ante tanto castigo», siempre con «una mirada de congoja, entre la compasión que pide y la mansedumbre que ofrece», incluso cuando ya pasa y se va alejando, «con su cabeza inclinada y vuelta te mira desde su altura, con una ternura y a la vez con tanto pesar que su mirada se te clava en los adentros del alma». La segunda es la del Cristo del Perdón, «atribulada y bondadosa», un Cristo que Ricardo Flecha talla «extenuado, implorante, al que le da una mirada dolorida y desconsolada a la vez, como perdida en alguna altura del cielo, pero que llega hasta lo más profundo del corazón». Y la tercera es la del Resucitado, «resplandeciente, risueña, esperanzada», así como «una mirada de aliento que nos empuja a caminar por la vida hacia nuestro propio Domingo de Resurrección», aunque «al llegar a la Plaza, al verla a Ella, no tiene ya ojos más que para su Madre».

La Madre, que, en las precisas y preciosas palabras de Luis Felipe Delgado, «tiene un papel decisivo en esta Pasión«, que en Toro se refleja en las imágenes de varias Vírgenes, como la Virgen de los Dolores, «la primera Madre, en las vísperas del drama. De rostro angelical, profundamente apenada, María se lleva su mano derecha al corazón traspasado, donde cabemos todos, y en la izquierda el rosario de sus misterios dolorosos que nos invita a compartir nada más verla». Y no se olvidó del dolor «en el alma» que se siente al «ver a la Madre de las Angustias y de la Soledad caminando por la madrugada del Viernes Santo, con sus manos fundidas por el dolor en una sola carne y con la mirada nublada, descendida hasta la congoja infinita que parece caminar delante de Ella». También dedicó unas palabras a la Piedad, «paciente en su amargura, serena en su sufrimiento, con la muerte derramada en su regazo, y Él, hecho un despojo, derrotado, amortajado por el amor de la madre, camino del sepulcro», que lleva a la Soledad detrás y que es «un hermoso testimonio de entereza, de valor. Tan triste pero tan guapa. A pesar de su inmensa pena, y de esos ojos anegados en llanto, nos mira y nos suplica que la acompañemos en el rosario de la esperanza que lleva entre sus manos». Y, finalmente, hizo referencia a la Virgen de la Guía, «que sale anhelante a buscar al Hijo el domingo de Pascua y no para hasta encontrarlo en la Plaza Mayor».

No obstante, matizó que la presencia de María se encuentra todo el año en diferentes rincones de Toro, como sucede con la Virgen del Canto, siempre «tan cerca del corazón como la pongo yo ahora de mi palabra», con la talla en el «portentoso» Pórtico de la Majestad, en cuyo «mágico» parteluz aparece con su hijo en brazos, así como su imagen en el «magnífico» Arco del Postigo, o retratada en el cuadro de la Virgen de la Mosca, en la sacristía de la Colegiata, con «María mirando embelesada a su Hijo en el regazo». María siempre se encuentra «en el centro de la secular devoción de la ciudad».

Por otra parte, mencionó con emoción otras estampas de la Pasión toresana, como la procesión del Domingo de Ramos con el Maestro «rodeado de niños», el sufrimiento «lleno de misericordia» que parte de San Julián esa misma noche, el «amor» con el que cantaban las hermanas Claras al comienzo del traslado del Ecce Homo, cuando «se les iba «el amo de su casa», como ellas decían», la recuperación del acto del Desenclavo antes de que se inicie la procesión del Santo Entierro, el acto de la Vela a la Soledad durante el Sábado Santo, o también la figura del Conquero, con «una mirada de promesa cumplida y, detrás de ella, su vara y su conca extendida. Una porfía silenciosa y humilde que dura todas las horas centrales de la Pasión».

Concluyó su pregón con la convicción de que «Toro es uno de los pedazos más gloriosos y fecundos de la historia de España«, y aseguró que «esperan urgentes, aspiraciones muy justas», por lo que deseó que «llegue por fin a esta querida ciudad […] una resurrección viva, verdadera, trabajada con la laboriosidad, la ilusión, el empeño que ponéis, por ejemplo, para sacar de la tierra el fruto, hacerlo vino, hacerlo Toro, mimado en el amor silencioso de las bodegas y después llevarlo a medio mundo con nombre tan excelso».

Tras su magnífico discurso, Luis Felipe Delgado de Castro recibió, en forma de extenso aplauso, el calor, el cariño y el reconocimiento de los presentes, así como una réplica de uno de los músicos de la Colegiata, obsequio de la Junta Pro Semana Santa de Toro.

Cofrade de Honor

Acto seguido, el presidente de la Junta Pro Semana Santa, Francisco Iglesias, hizo entrega de la distinción que otorga el órgano de cofradías, el Cofrade de Honor, que este año ha sido concedido, «por su labor de comunicación de nuestra Semana Santa», a la periodista María Jesús Cachazo Guijarro, quien agradeció este reconocimiento a su trabajo «con ilusión».

María Jesús Cachazo recibe el Cofrade de Honor. Foto Marisol Cámara

A continuación, la Junta Pro Semana Santa entregó los premios a los ganadores de los concursos de dibujo infantil y de fotografía. En el concurso de dibujo, los galardones recayeron en Nerea Benito Valle y Darío Hernández Pérez, del colegio Virgen del Canto, Inés Marbán Martín, Sandra Santos Arias y María San José Hernández, del colegio Amor de Dios, Alma Díez Arranz, del colegio Magdalena de Ulloa, y los alumnos del centro Hospital de la Cruz, Pablo Rodríguez Posada y Yulen Castronuño Castro.

Por lo que respecta al certamen fotográfico, el primer premio fue concedido a José Luis Conde Delgado por su obra «Conquero en soportales», el segundo premio recayó en Antonio Fortuoso Talegón por «Cristo al Expirar» y el tercero fue para Alberto Fortuoso Boria por «Niño nazareno». Además, se concedieron tres accésits, a Luis Vela López por «Ecce Homo», Beatriz Boria Julián por «Soledad Sepulcro» y Rocío Gato Mateos por «Noche de Viernes Santo».

Concluyó el acto en la Colegiata la intervención del quinteto de metales Brass Style, que acompañó con su música, interpretando varias marchas procesionales, la apertura oficial de la Semana Santa de la ciudad de Toro.

Fotos Marisol Cámara

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